Hoy quiero contarles algo que me
sucedió hace pocos días aunque el origen de la historia se remonta atrás en el
tiempo.
El invierno pasado me compré unas
botas marrones con cremallera a ambos lados que me gustaban muchísimo y solía
utilizar de forma habitual, pero lamentablemente un mal día vi que una de las
cremalleras laterales, de adorno, se había abierto y todo un lado de la bota
quedaba caído haciendo la bota inservible. Las llevé al zapatero y el
presupuesto que me daban para arreglar la bota era más elevado que su precio
por lo que no merecía la pena arreglarlas.
Recuerdo que me dio pena y a la
hora de tirarlas no me decidí a hacerlo pensando que quizá me animase a buscar
un remedio más adelante así que las bajé al sótano y allí quedaron guardadas en su caja,
esperando quizá un momento mejor. Incluso personas cercanas a mi fueron testigo de lo sucedido
ya que trataron de arreglármelas, sin
éxito.
Como era pleno invierno, hube de
comprarme otras botas pues aquí hace mucho frío y no puedo estar sin ellas. Pero las
que me compré no me gustaron tanto como aquellas que se rompieron y eso que
busqué y busqué algunas parecidas.
Hace unos días me acordé de ellas y pensé: "qué rabia, con lo que me gustaban aquellas botas, qué pena que
se me rompiesen sin apenas haberlas usado". Se da la circunstancia que como
bruja, estoy trabajando estos días con unas cosas que tienen que ver con el
mundo de las hadas y de los duendes. Como he contado en numerosas ocasiones, no
creo en dioses pero si en la Madre Tierra, en el poder del Sol y en la
existencia de los elementales, las hadas y los duendes, a los que cuido,
respeto y amo.
Hace un par de días bajé al
sótano a buscar unas cosas y al remover unos trastos vi la caja con las botas. Recuerdo
que pensé: “vaya, siguen aquí. Debería de tirarlas a la basura porque aquí solo
ocupan espacio”. Así que las cogí y las subí a la casa. Quise mirarlas antes de
tirarlas y cuál es mi sorpresa, al abrir la caja, que las botas estaban
perfectas, sin ningún desperfecto. La cremallera rota estaba perfectamente
arreglada y las botas nuevas, listas para ser usadas. Como será que el viernes pasado
me las puse y me invadió una gran felicidad. Algunas personas que vieron que estaban rotas, no daban crédito pues recordaban perfectamente el mal estado de las mismas.
Nadie ha podido bajar a ese
sótano pues nadie tiene acceso a él.
Empecé a pensar que era
imposible. Nadie podía haberlas arreglado, pero curiosamente me vino a la
cabeza el famoso cuento de “Los duendes y el zapatero” y revisando la
literatura y las tradiciones que existen al respecto, parece ser que es algo
más que un cuentecillo y, efectivamente, existen unos espíritus vinculados al
mundo natural, que en ocasiones arreglan cosas…
Es extensísima la bibliografía
que habla de la presencia de duendes y seres vinculados a las granjas y hogares
que ayudaban en las tareas domésticas antes de la llegada del siglo XIX. Parece
ser que a partir de la Ilustración, que llegó a finales del siglo XVII, la presencia
de estos duendes y espíritus del hogar fue desapareciendo de forma estrepitosa.
La Ilustración, a mi modo de ver, fue una catástrofe absoluta pues junto con el
cristianismo, ayudó a la ruptura del pensamiento mágico, del vínculo sagrado
entre los seres humanos y la naturaleza. La razón humana, sin espíritu, es un
monstruo que destruye la naturaleza y al propio ser humano.
Pero volviendo a aquellos tiempos
maravillosos donde los duendes y las hadas convivían con nosotros, podemos
citar dos pasajes deliciosos que nos hablan de la presencia de estos amables
seres.
John Brand, Ministro de la
Iglesia de Escocia, escribía en 1.703: Hace
cuarenta o cincuenta años, todas las familias, o casi, tenían un brownie o un
demonio al que llamaban así, y que se ponía al servicio de los que le hacían
sacrificios a cambio de sus cuidados. Cada familia tenía antaño su demonio o
genio.
El folklorista bretón
François-Marie Luzel tuvo ocasión, en la segunda mitad del siglo XIX, de
conocer en Landernau a una anciana originaria de Roscoff, Marie Cocagn, que le
contó los recuerdos de su infancia acunada por la presencia benévola de los
lutins, otro de los innumerables nombres que reciben estos mágicos seres:
Los lutins, antaño, frecuentaban
habitualmente las casas de nuestros padres, que tenían hacia ellos mil
atenciones, por las que, por otra parte, eran bien recompensados con los
servicios que les prestaban esos hombrecitos. Durante el día estaban por lo
general en los desvanes de las casas o en los graneros de los establos; por la
noche, cuando todo el mundo estaba acostado, salían de sus escondrijos, iban a
calentarse sobre la piedra del hogar y comían su parte de la comida de la
familia, que nunca se olvidaba dejar a su disposición, como una tortilla de
trigo sarraceno, un poco de tocino, coles cocidas y mondaduras de patatas y
zanahorias, un cuenco de leche tibia, etc. Después se ponían manos a la obra,
barrían la casa, frotaban los muebles, colocaban en su lugar los recipientes y
otros utensilios de la casa dejados en desorden, llenaban las ollas y las tinas
de agua fresca, y hacían otros pequeños servicios.
¿A usted alguna vez no se le ha
arreglado mágicamente algo que daba por estropeado?
Hola Marta, que linda historia la tuya. En mi caso, no me han arreglado nada, pero en algunas ocasiones, (que han sido periodos largos meses o años a veces, entre un episodio y otro que no entiendo porque no se presentan de manera màs habitual, espero que tu sepas algo)me esconden las cosas y después de buscar y buscar por todos lados aparecen a la vista, en un principio yo pensaba que era producto de mi imaginación, pero me respondía si vi por ejemplo en esa mesa y no había nada. En otra oportunidad me limpiaron un charco de liquido derramado en una mesa, cuando volvi con la esponja para limpiar, ya no habìa nada,levante los utensilios por si estaba debajo el liquido que fue bastante y nada, tampoco se habia caido al suelo. Y yo estaba sola, sin nadie màs que pudiera limpiar o esconderme las cosas. Y años atrás una noche, que desperté abrupta mente, creí ver a los pies de la cama una criatura pequeña que me miraba y desapareció en el mismo instante, me diò mucho miedo y no he lo he vuelto a ver.
ResponderEliminarGracias Marta por tu página, buen día.
muy bueno marta !!
ResponderEliminarCierto es, todo esto. Yo también he oído hablar de ello. Mi primera ves que supe de su existencia fue a los 4 años a través de la enciclopedía "El Mundo de los niños" de la editorial Salvat, de tapas beis y granate, sobria, por fuera, llena de color por dentro. Animo a quien pueda la vea, se quedará maravillado, tal y como me quedé yo. Y es algo que no pasa el tiempo por ello, ya que siempre está y ha estado ahí.
ResponderEliminarIncreíble historia Marta, yo siempre he creído en los elementales pero vivir en la capital en una ciudad muy grande te olvidas de estas cosas. Ahora tengo una casa en los Pirineos y estoy convencido de que hay duendes aunque no los vea les tendré mucho respeto ya que deben ser respetados por los humanos y pienso que ellos no deben burlarse de nosotros si les respetamos y convivimos juntos, yo pienso que tiene que haber un vinculo de amistad con ellos.
ResponderEliminar¡Cuánto me alegro Marta! FELICIDADES.
ResponderEliminarMe has dejado con una sonrisa de esas que se quedan instaladas en mi cara y que los que no me conocen deben de pensar que estoy en otro planeta...Cuánto me alegro, de verdad. Es una recompensa, tú los cuidas siempre y ellos te han hecho un regalo maravilloso, ya no sólo por las botas en sí, sino porque saben que tú sabes que lo han hecho ellos y son agradecidos.
Te mereces todo lo mejor.
Gracias por compartirlo.
¡Genial! ¡Gracias :D!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho la historia, Marta, al igual que todo el blog, y he recordado algo muy parecido que me ocurrió hace unos 13 años cuando vivía en Burgos compartiendo piso con amigos. Unas gafas de leer se me rompieron y no pude arreglarles el cristal porque el sueldo de jovencita no me permitía y las deje en un armario guardadas. Tenían un cristal partido. Cuando al cabo del tiempo las encontré, al abrir la funda encontre que estaban perfectamente, los dos cristales estaban bien. Pregunte a mis compañeros si alguno me nas había llevado a arreglar y ninguno sabia siquiera que yo llevaba gafas para leer. Fue una de esas cosas curiosas que pasan y no me había vuelto a acordar de ellos hasta ahora, así que doy fe de que eso ocurre. Muchas gracias por el blog. Un abrazo.
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