Estos días podemos ver como en las
tiendas y en centros comerciales se está promocionando
todo lo que tiene que ver con la próxima fiesta
de Halloween, el Sabbat más importante del año, el Samhain. En los países católicos, esta festividad es
conocida con el nombre de Todos los Santos, si bien, como casi todas las
festividades católicas, es una cristianización de una festividad pagana que se pierde en
la noche de los tiempos.
Ayer tuve que salir a hacer algunas compras. Recuerdo que hace no
mucho tiempo me molestaba ver como nada más
acabar Halloween nos llenaban los escaparates con la Navidad. Pero ayer vi
asombrada e indignada que
faltando todavía una semana para Halloween,
todos los escaparates de los centros comerciales se han llenado de árboles de Navidad, de adornos y de Santa
Claus y no queda ni rastro de Samhain. En los supermercados ya están los turrones y demás dulces navideños y no se puede comprar nada
relacionado con Halloween, cuando la fiesta ni siquiera ha llegado.
Las mareas, la subida y la bajada de las aguas del océano, siguen un patrón regular. Resultan una forma práctica de indicar el paso del
tiempo. Al igual que las aguas del océano, las energías de la Madre Tierra suben y
bajan y también siguen un patrón muy concreto.
Las hojas de los árboles no se han caído todavía pues
es ahora cuando empiezan a amarillear. Los caminos de árboles comienzan a llenarse de esa belleza
espectacular y sublime de rojos, ocres, marrones y amarillos. El velo oscuro de
la Tierra recién ha comenzado a tornar la Rueda
del Año. La luz cálida y
ambarina del otoño
está empezando a atisbarse a la caída de la tarde, llenando de una bruma
espectral el bosque. Los ecos de los ancestros surgen ya no tan tímidos desde lo más profundo de la tierra. La naturaleza se
torna más silenciosa.
En brujería existe un folklore asociado a las estaciones, y mejor que llamarlo
estaciones, se denominan mareas estacionales. Flujos de energía que van y vienen, una y otra
vez, cada año. En un eterno retorno de lo mismo y que a su vez nos permite crecer
y avanzar pues en esa cadencia que la energía asciende, como espiral, hacia
el Cosmos y desciende hacia el inframundo, en busca del conocimiento. Para
subir hay que bajar.
El mundo establece así un ritmo, unas mareas cuyos límites siempre son imprecisos
pero que siempre marcan un estado de las cosas. Así en otoño, sobre todo en los días que rodean a Samhain, vemos
como la Naturaleza se desprende de todo lo que ya no sirve. De todo lo que nació
en primavera y
ahora le toca morir.
Por el rabillo del ojo veo una hoja caer. La vi nacer en Walpurgis,
también llamado Beltane, y ahora la veo morir. Y mientras la hoja cae, tomo consciencia de qué
es aquello que
también quiero que se desprenda de mi. La Madre es sabia y para aprender,
debemos observarla y respetar su cadencia.
En otoño respiro la oscuridad, viene para mostrarme la mía. En otoño tomo consciencia de esa
oscuridad y enciendo el fuego de las velas que han de mostrármela para echarla de mí. Si no echo aquello que ya no
me sirve para mi propio crecimiento, ¿acaso podrá
crecer algo nuevo?
Cuando Samhain pasa, sigue el proceso. Las hojas siguen amarilleando y
siguen cayendo pero aún quedan muchas en los árboles. No será
hasta cercano Yule,
que caigan definitivamente. En este tiempo, al desprenderme de tantas cosas,
dejo espacio para lo nuevo, para lo que ha de crecer cuando nazca de nuevo la
Luz del Solsticio, la luz de Yule. Después esa semilla quedará
guardada en el seno
de la Madre Tierra y comenzará a nacer en Imbolc, el 1 de febrero, cuando la
nieve comienza a derretirse.
¿Por qué quieren que yo emocionalmente me
sitúe en el
Solsticio si apenas acabo de empezar el proceso de interiorización al que gentilmente me conduce
el Otoño? ¿Por qué se empeñan en que corramos tanto? ¿Con qué sentido? ¿Hacia dónde? Pues bien. Hacia ninguna
parte y sí, sí lo hacen con un sentido. El capitalismo tiene como fin
desincronizarnos del tiempo natural para convertirnos en autómatas, en seres sin rumbo. Es un
ouróboros que
se devora a si mismo hasta que ya no queda nada que devorar. No lo permitamos.
Hagamos una revolución silenciosa que comience con nosotros
mismos. Sin ruido. No les alertemos o prohibirán la brujería como ya lo han hecho tantas
veces. Salgamos a la calle y respiremos la humedad de la tierra, la podredumbre
de las hojas caídas y el olor de boniatos y castañas. Busquemos el resplandor
ambarino entre las hojas de los árboles y el musgo fosforescente que nace de
la humedad de la lluvia. Ahí está nuestro mundo, no en el suyo.
Marta Ruescas
Brujería del Cerco ® ©
El ambiente trae ya nostalgias de los difuntos.
Detende donde haya aire y los sentirás.
Catz Moon